-Me levanté el viernes 7 de diciembre de 2018 como un día cualquiera, yendo a la oficina. Había estado en el Monumental el 24 y el 25 y estaba enojado: decía ‘no voy a formar parte de este circo’, ‘ni en pedo voy a Madrid’. Pero escuché en la radio a Juan Pablo Varsky que decía algo así como que, más allá de la mugre, el Bernabéu era un estadio fantástico para la final, que iba a ser un partidazo. Me dije ‘la puta madre’ y al llegar a la oficina me fijé los precios de los aviones, más que nada para ver la ridiculez que estaban pidiendo. Pero encontré precios más o menos lógicos. Ahí me picó el bichito. Llamé a mi mujer, pensando que me iba a decir ‘estás loco, tenés un hijo de tres años y otro de seis meses’, pero me respondió ‘si vos no sacás el vuelo te lo saco yo, tenemos esa plata y la vida está para esto’. Llamé a mi jefe, que estaba en Dallas de escala yendo a Madrid, le dije ‘tal vez no vaya a trabajar lunes y martes’, y me respondió ‘River es River’. Viajé esa misma noche, la del viernes 7, y conseguí una entrada en la zona baja del Bernabéu. Me tocó al lado de Cavenaghi, el Chori Domínguez, Funes Mori, Saviola, Cuchu Cambiasso, Mercado, Lanzini y Chichizola todos con una buena onda increíble, y muy gallinas. Tengo la entrada del partido al lado de la cama”. Aucan Czackis.
-Me fui a vivir a Barcelona a mediados de 2018. Había estado en la Supercopa que les ganamos en Mendoza y pensé que se cerraba un círculo: no quería saber nada más de River ni de Argentina por un tiempo. Pero de repente llegó la final de la Libertadores y maldición, no me la podía perder. Mi mujer, que también es de River, entendió el significado histórico pero me hizo un planteo justo: ‘¿Hasta cuando River nos va a manejar la agenda?’. Pedí vacaciones en mi trabajo y no me lo dieron, pero renuncié: nada me iba a hacer perder el partido. Pagué el viaje a Buenos Aires, conseguí entrada, subí al Monumental, me cagué de calor y el partido se suspendió. Me enojé mucho con River y con Argentina. En Ezeiza, antes de volverme, le dije a mi viejo ‘no vuelvo por un tiempo, vení vos a España si me querés ver’. Tenía el bocho quemado. Volví a España y decían que el partido se mudaba a Qatar. Yo no pensaba viajar. Cuando se definió Madrid, me golpeé la cabeza pero ya no me lo podía perder. Estuve en el Bernabéu y, cuando terminó el partido, estallé, me puse a llorar, de la alegría por el triunfo, pero también porque quedaba atrás toda esa locura de 40 días. ¿Si ahora, tres años después, me arrepiento de haber viajado a Argentina para la final? No. Lo volvería a hacer. Me arrepiento de no haber ido a la final de 2019 en Lima. Nicolás Tortolini.
-La semana previa a la final estaba convencido de que no viajaría a Madrid. Los precios eran imposibles y tenía que pedirle autorización a mi jefe. Pero en dos días ocurrió el milagro: el jueves, el charter de Aerolíneas Argentinas para hinchas de River bajó el precio a la mitad, de 80.000 a 40.000 pesos, y el viernes me dieron el permiso en el trabajo, así que saqué el pasaje para el día siguiente. Viajé el sábado 8 de diciembre a las 11 de la mañana y estaba todo tan sensible después del quilombo en el Monumental que nos dieron un folleto de cómo comportarnos: no podíamos pegarles a las butacas, no debíamos agredir a nadie, no podíamos vestir los colores de Boca y no estábamos autorizados a pintar ninguna parte del avión. Llegamos a Madrid el domingo a las 5 de la mañana y estuvimos menos de un día y medio: nos volvimos el lunes al mediodía. Fue la mejor decisión de mi vida. Paula Bukowski.
-Trabajo en Aerolíneas Argentinas y, como ocurre en las compañías aéreas, los empleados tenemos precios muy convenientes para los pasajes. Era mi única forma de viajar a Madrid pero tenía que esperar al momento previo al despegue para comprobar que hubiera un lugar libre y, recién ahí, subirme al avión. El viernes a la noche me instalé en Ezeiza pero los vuelos estaban llenos. Pude subirme en el que charter que sacó Aerolíneas para el sábado 8 a las 11 de la mañana. Cuando entré fue una emoción tremenda, toda la gente bailando, cantando. Y lo mismo cuando llegamos a Madrid: el piloto abrió las ventanas y sacó una bandera de River. Me encontré con dos amigos y empezamos a buscar hoteles para dormir un par de horas: en el primero había tres hinchas de Boca y nos fuimos, no queríamos compartir esa energía. El Bernabéu era una locura, subimos por escaleras mecánicas, pero nos pusieron en un lugar desde el que se veía horrible, arriba de todo. La imagen que me quedó fue la de un hincha de 50 años que abrazaba a su mamá: seguro que había sufrido los 18 años sin salir campeón, el descenso, todos los títulos, y ahora esto. El fútbol es una compañía de la vida: un día estás en la mejor y al siguiente en la peor, pero siempre tenés esperanza, y la nuestra se llama Gallardo. Lucas Gassmann.
-Llegué a Madrid tres días antes de la final. De los nervios, la noche previa no pude dormir. A las 3 de la madrugada del 9 de diciembre fui a caminar por la Gran Vía y a las 7 de la mañana llegué al Bernabéu a buscar mi entrada. Por los altavoces ya pasaban las canciones de Ignacio Copani y arrancaba el fan fest para los hinchas de River. A la tarde fui el primer hincha en entrar al estadio. Muchos estábamos solos, como si representáramos a nuestros familiares y a nuestros grupos de cancha. Vi la final con un pibe de Puerto Madryn del que nunca supe su nombre pero al que reconocería enseguida si lo cruzo en la calle. Cuando el Pity Martínez empezó a correr, me largué a gritar ‘dale campeón’. Todavía estábamos festejando el gol y llamé por teléfono a mi papá, que estaba en Buenos Aires. Quise decirle ‘somos campeones’ y lo escuché llorar por primera vez en mi vida. Salí de la cancha y me crucé con un amigo de River. Me dijo ‘vimos el partido de nuestras vidas’. Nicolás Centenario.
-Vivo en Buenos Aires pero en esa época salía con una chica italiana, así que estaba en Milán cuando River y Boca llegaron a la final. Cambié de pasaje para llegar a la final del sábado 24 en el Monumental: se suponía que aterrizaba en Ezeiza el mismo día, a la mañana, pero me despierto en pleno vuelo y veo que la gente está nerviosa, hablando entre sí, y en la pantalla dice “destino Madrid”. Los pilotos no decían nada pero el rumor era que, arriba del Atlántico, llegando a Brasil, había ocurrido un desperfecto, se había roto un radar, y tuvimos que pegar la vuelta. Me entró una crisis, desesperación total, y empecé a llorar porque me perdía el partido. En efecto, apenas aterrizamos nos dimos cuenta que estábamos en Madrid. Al final, el partido se suspendió y se dio la ridiculez que estuve en España cuando debía jugarse en Argentina y estuve en Buenos Aires cuando se jugó en Madrid. Me dolió y me costó reconciliarme con el fútbol porque hacía 15 años que era socio del club y de repente nos llevaron la final a otro continente, pero el triunfo tapó todo. Gonzalo Guerrero.
-Me levanté el viernes 7 de diciembre de 2018 como un día cualquiera, yendo a la oficina. Había estado en el Monumental el 24 y el 25 y estaba enojado: decía ‘no voy a formar parte de este circo’, ‘ni en pedo voy a Madrid’. Pero escuché en la radio a Juan Pablo Varsky que decía algo así como que, más allá de la mugre, el Bernabéu era un estadio fantástico para la final, que iba a ser un partidazo. Me dije ‘la puta madre’ y al llegar a la oficina me fijé los precios de los aviones, más que nada para ver la ridiculez que estaban pidiendo. Pero encontré precios más o menos lógicos. Ahí me picó el bichito. Llamé a mi mujer, pensando que me iba a decir ‘estás loco, tenés un hijo de tres años y otro de seis meses’, pero me respondió ‘si vos no sacás el vuelo te lo saco yo, tenemos esa plata y la vida está para esto’. Llamé a mi jefe, que estaba en Dallas de escala yendo a Madrid, le dije ‘tal vez no vaya a trabajar lunes y martes’, y me respondió ‘River es River’. Viajé esa misma noche, la del viernes 7, y conseguí una entrada en la zona baja del Bernabéu. Me tocó al lado de Cavenaghi, el Chori Domínguez, Funes Mori, Saviola, Cuchu Cambiasso, Mercado, Lanzini y Chichizola todos con una buena onda increíble, y muy gallinas. Tengo la entrada del partido al lado de la cama”. Aucan Czackis.
-Me fui a vivir a Barcelona a mediados de 2018. Había estado en la Supercopa que les ganamos en Mendoza y pensé que se cerraba un círculo: no quería saber nada más de River ni de Argentina por un tiempo. Pero de repente llegó la final de la Libertadores y maldición, no me la podía perder. Mi mujer, que también es de River, entendió el significado histórico pero me hizo un planteo justo: ‘¿Hasta cuando River nos va a manejar la agenda?’. Pedí vacaciones en mi trabajo y no me lo dieron, pero renuncié: nada me iba a hacer perder el partido. Pagué el viaje a Buenos Aires, conseguí entrada, subí al Monumental, me cagué de calor y el partido se suspendió. Me enojé mucho con River y con Argentina. En Ezeiza, antes de volverme, le dije a mi viejo ‘no vuelvo por un tiempo, vení vos a España si me querés ver’. Tenía el bocho quemado. Volví a España y decían que el partido se mudaba a Qatar. Yo no pensaba viajar. Cuando se definió Madrid, me golpeé la cabeza pero ya no me lo podía perder. Estuve en el Bernabéu y, cuando terminó el partido, estallé, me puse a llorar, de la alegría por el triunfo, pero también porque quedaba atrás toda esa locura de 40 días. ¿Si ahora, tres años después, me arrepiento de haber viajado a Argentina para la final? No. Lo volvería a hacer. Me arrepiento de no haber ido a la final de 2019 en Lima. Nicolás Tortolini.
-La semana previa a la final estaba convencido de que no viajaría a Madrid. Los precios eran imposibles y tenía que pedirle autorización a mi jefe. Pero en dos días ocurrió el milagro: el jueves, el charter de Aerolíneas Argentinas para hinchas de River bajó el precio a la mitad, de 80.000 a 40.000 pesos, y el viernes me dieron el permiso en el trabajo, así que saqué el pasaje para el día siguiente. Viajé el sábado 8 de diciembre a las 11 de la mañana y estaba todo tan sensible después del quilombo en el Monumental que nos dieron un folleto de cómo comportarnos: no podíamos pegarles a las butacas, no debíamos agredir a nadie, no podíamos vestir los colores de Boca y no estábamos autorizados a pintar ninguna parte del avión. Llegamos a Madrid el domingo a las 5 de la mañana y estuvimos menos de un día y medio: nos volvimos el lunes al mediodía. Fue la mejor decisión de mi vida. Paula Bukowski.
-Trabajo en Aerolíneas Argentinas y, como ocurre en las compañías aéreas, los empleados tenemos precios muy convenientes para los pasajes. Era mi única forma de viajar a Madrid pero tenía que esperar al momento previo al despegue para comprobar que hubiera un lugar libre y, recién ahí, subirme al avión. El viernes a la noche me instalé en Ezeiza pero los vuelos estaban llenos. Pude subirme en el que charter que sacó Aerolíneas para el sábado 8 a las 11 de la mañana. Cuando entré fue una emoción tremenda, toda la gente bailando, cantando. Y lo mismo cuando llegamos a Madrid: el piloto abrió las ventanas y sacó una bandera de River. Me encontré con dos amigos y empezamos a buscar hoteles para dormir un par de horas: en el primero había tres hinchas de Boca y nos fuimos, no queríamos compartir esa energía. El Bernabéu era una locura, subimos por escaleras mecánicas, pero nos pusieron en un lugar desde el que se veía horrible, arriba de todo. La imagen que me quedó fue la de un hincha de 50 años que abrazaba a su mamá: seguro que había sufrido los 18 años sin salir campeón, el descenso, todos los títulos, y ahora esto. El fútbol es una compañía de la vida: un día estás en la mejor y al siguiente en la peor, pero siempre tenés esperanza, y la nuestra se llama Gallardo. Lucas Gassmann.
-Llegué a Madrid tres días antes de la final. De los nervios, la noche previa no pude dormir. A las 3 de la madrugada del 9 de diciembre fui a caminar por la Gran Vía y a las 7 de la mañana llegué al Bernabéu a buscar mi entrada. Por los altavoces ya pasaban las canciones de Ignacio Copani y arrancaba el fan fest para los hinchas de River. A la tarde fui el primer hincha en entrar al estadio. Muchos estábamos solos, como si representáramos a nuestros familiares y a nuestros grupos de cancha. Vi la final con un pibe de Puerto Madryn del que nunca supe su nombre pero al que reconocería enseguida si lo cruzo en la calle. Cuando el Pity Martínez empezó a correr, me largué a gritar ‘dale campeón’. Todavía estábamos festejando el gol y llamé por teléfono a mi papá, que estaba en Buenos Aires. Quise decirle ‘somos campeones’ y lo escuché llorar por primera vez en mi vida. Salí de la cancha y me crucé con un amigo de River. Me dijo ‘vimos el partido de nuestras vidas’. Nicolás Centenario.
-Vivo en Buenos Aires pero en esa época salía con una chica italiana, así que estaba en Milán cuando River y Boca llegaron a la final. Cambié de pasaje para llegar a la final del sábado 24 en el Monumental: se suponía que aterrizaba en Ezeiza el mismo día, a la mañana, pero me despierto en pleno vuelo y veo que la gente está nerviosa, hablando entre sí, y en la pantalla dice “destino Madrid”. Los pilotos no decían nada pero el rumor era que, arriba del Atlántico, llegando a Brasil, había ocurrido un desperfecto, se había roto un radar, y tuvimos que pegar la vuelta. Me entró una crisis, desesperación total, y empecé a llorar porque me perdía el partido. En efecto, apenas aterrizamos nos dimos cuenta que estábamos en Madrid. Al final, el partido se suspendió y se dio la ridiculez que estuve en España cuando debía jugarse en Argentina y estuve en Buenos Aires cuando se jugó en Madrid. Me dolió y me costó reconciliarme con el fútbol porque hacía 15 años que era socio del club y de repente nos llevaron la final a otro continente, pero el triunfo tapó todo. Gonzalo Guerrero.
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